domingo, julio 26, 2009

Bridget Jone's Diary


El rico, divorciado-de-esposa-cruel, Mark -bastante alto- estaba de pie de espaldas a la gente, escrutando el contenido de la librería de los Alconbury: principalmente colecciones sobre el Tercer Reich encuadernadas en cuero, que Geoffrey encarga al Reader's Digest. Me pareció bastante ridículo llamarse míster Darcy como el de Orgullo y prejuicio, y permanecer a solas con aires de superioridad en una fiesta. Como llamarse Heathcliff el de Cumbres borrascosas e insistir en pasar toda la noche en el jardín, gritando «Cathy» y golpeándose la cabeza contra un árbol.


Está probado por las encuestas que la felicidad no la da el amor, la riqueza o el poder, sino la búsqueda de metas inalcanzables: ¿y qué es una dieta si no esto?

Cuando las mujeres se deslizan de los veinte a los treinta, argumenta Shazzer, el equilibrio de poder cambia ligeramente. Incluso las vampiresas más descaradas pierden su vigor, al luchar con las primeras punzadas de la angustia existencial: temor a morir sola y ser encontrada tres semanas más tarde medio devorada por un pastor alemán. Las ideas estereotipadas de compartimentos, engranajes y chatarra sexual, conspiran para hacerte sentir estúpida, sin importar cuánto tiempo pases pensando en Joanna Lumley y Susan Sarandon. (*)


Las mujeres como nosotras sólo somos vulnerables porque pertenecemos a una generación pionera que se atreve a no comprometerse en el amor y a confiar en su propia autonomía económica. Dentro de veinte años, los hombres ni siquiera se atreverán a empezar con sexo sin compromiso, porque nosotras nos reiremos delante de sus narices -bramó Sharon. (*)

Absolutamente exhausta debido a la preparación de la cita. Ser mujer es peor que ser granjero; hay tanta recolección y fumigación de cultivos: depilar las piernas con cera, afeitar las axilas, depilar las cejas, frotar los pies con piedra pómez, exfoliar e hidratar la piel, limpiar las manchas, teñir las raíces, pintar las pestañas, limar las uñas, masajear la celulitis, ejercitar los músculos del estómago. Todo este conjunto de actividades resulta tan perentorio que con sólo olvidarlas unos cuantos días todo se marchita. A veces me pregunto cómo sería volver a la naturaleza: con barba y con un bigote estilo Dalí, con las cejas de Dennis Healey, cementerio de células cutáneas muertas en la cara, granos en erupción, uñas largas y enroscadas como Struwelpeter, ciega como un murciélago o como una vieja decrépita al no disponer de lentes de contacto, cuerpo fofo relleno de grasa bailando a tu alrededor. Uf, uf. ¿Es sorprendente que las mujeres no tengan confianza en sí mismas? (*)

¿Por qué, cuando las personas dejan a sus parejas porque están teniendo un lío con otra persona, creen mejor hacer ver que no hay nadie más involucrado? ¿Creen que será menos doloroso para sus parejas pensar que se van simplemente porque ya no podían aguantarlos más y que entonces tienen la suerte, dos semanas más tarde, de conocer a alguien alto, con el físico de Ornar Sharif y un maletín de caballero, mientras su ex pareja se pasa las noches llorando a lágrima viva al ver el vaso de los cepillos de dientes? Es lo mismo que esas personas que inventan una mentira como excusa en lugar de decir la verdad, aunque la verdad sea mejor que la mentira.

Una vez oí a mi amigo Simón cancelando una cita con una chica -que le gustaba muchísimo-, porque tenía un grano con la punta amarilla justo a la derecha de su nariz y porque, debido a un problema en la lavandería, había tenido que ir a trabajar con una chaqueta de finales de los setenta, creyendo que a la hora de comer podría recoger su chaqueta normal de la lavandería, pero todavía no se la habían limpiado. Entonces se le metió en la cabeza decirle a la chica que no podía verla porque su hermana había llegado a pasar la tarde de manera inesperada con él y tenía que entretenerla, añadiendo a lo loco que también tenía que mirar hoy mismo unos vídeos para el trabajo; momento en el cual la chica le recordó que le había dicho que no tenía hermanos y sugirió ir a su casa y que él viera los vídeos, mientras ella preparaba la cena. De todas formas, no había vídeos del trabajo que ver, así que tuvo que construir una nueva telaraña de mentiras. El incidente acabó con la chica, convencida de que él estaba teniendo un lío con otra cuando ésta era sólo su segunda cita, plantándole y con Simón pasando la noche emborrachándose a solas con su grano, vistiendo su chaqueta de los setenta.

La gente sensata diría que tengo que gustarle a Daniel tal y como soy, pero yo soy hija de la cultura del Cosmopolitan, estoy traumatizada por las supermodelos y por demasiados enigmas, y sé que ni mi personalidad ni mi cuerpo están a la altura si los dejo a su merced. No puedo soportar la presión. Voy a cancelarlo y a pasar la noche comiendo donuts con un cárdigan manchado de huevo.

-¿Estás enamorada? -me preguntó Tom en un tono celoso, de sospecha.

Él siempre es así. No es que quiera estar conmigo porque, obviamente, es homosexual. Pero, si estás soltero, la última cosa que quieres es que tu mejor amigo establezca una relación positiva con otra persona. Me devané los sesos, y luego me detuve, sorprendida al darme repentinamente cuenta de algo sensacional. Ya no estoy enamorada de Daniel. Soy libre.


Mamá me llamó e intenté hablar con ella de lo difícil que es ser mujer y, a diferencia de los hombres, tener una fecha de caducidad para la reproducción, pero ella sólo me dijo:

-Oh, honestamente, cariño. Las chicas de hoy en día sois muy quisquillosas y románticas: tenéis demasiado donde escoger. No estoy diciendo que yo no quisiera a papá, pero, ya sabes, nosotras fuimos enseñadas, en lugar de esperar a un príncipe azul, a «esperar poco y perdonarlo todo». Y, para ser sincera, cariño, tener niños no lo es todo. Quiero decir, sin ofender, no te lo tomes a nivel personal, pero, si yo pudiese volver a escoger, no estoy segura de que los tuviese...

Oh, Dios mío. Incluso mi propia madre desearía que yo no hubiese nacido. (*)


56,2 kg (sacando buen provecho del trabajo nuevo con la tensión y los nervios que eso comporta), 4 copas, 10 cigarrillos, 1.876 calorías, 24 minutos teniendo una conversación imaginaria con Daniel (excelente), 94 minutos imaginando la repetición de las conversaciones con mamá en las que yo me salía con la mía.

No voy a pasar otra noche dejando que me pasen por delante de las narices de Mark Darcy, como una cuchara llena de puré de nabos delante de un niño. Voy a tener que salir del país o algo así.


Vale. Voy a contestar a la invitación de Mark Darcy y dejar clara mi firme postura de que no voy a poder ir. No hay razón alguna por la que deba ir. No soy una amiga íntima ni pariente, y me tendré que perder El flechazo y Urgencias.

Pero, oh, Dios. Es una de esas insólitas invitaciones escritas en tercera persona, como si todo el mundo fuese tan pijo que el hecho de reconocer que organizan una fiesta y que te pregunten si te gustaría asistir fuese tan vulgar como llamar al tocador de señoras el servicio. Me parece recordar algo de la infancia y supongo que contestaré en el mismo estilo indirecto como si fuese una persona imaginaria empleada de mí misma para contestar a las invitaciones de gente imaginaria empleada por los amigos para hacer las invitaciones.

Acabo de salir por cigarrillos antes de cambiarme para el Orgullo y prejuicio de la BBC. Se hace difícil creer que haya tantos coches en las carreteras. ¿No deberían estar todos en casa preparándose? Me encanta que la nación sea tan adicta.

La base de mi propia adicción, lo sé, es mi simple necesidad humana de que Darcy se ligue a Elizabeth. Tom dice que el gurú del fútbol Nick Hornby explica en su libro que la obsesión de los hombres por el fútbol no es indirecta. Los fans enloquecidos por la testosterona no desearían estar en el campo, dice Hornby, sino ver a su equipo como a sus representantes elegidos, como en el Parlamento. Éste es exactamente mi sentimiento hacia Darcy y Elizabeth. Son mis representantes elegidos en el campo del follar o, más bien, del cortejo. Sin embargo, no quiero ver ningún gol. Odiaría ver a Darcy y a Elizabeth en la cama, fumando un cigarrillo al final. Eso sería antinatural y equivocado y pronto perdería el interés.

10.30 a.m. Jude acaba de llamar y nos hemos pasado treinta minutos gruñendo. «A la mierda ese señor Darcy.» Me encanta cómo habla, como si no le pudiesen molestar. ¡Ding-dong! Entonces tuvimos una larga discusión en la que comparamos los méritos del señor Darcy y de Mark Darcy, ambas de acuerdo en que el señor Darcy era más atractivo porque era más grosero, pero que ser imaginativo era una desventaja que no puede pasarse por alto.


Cuando, hojeando el Standard, di con una fotografía de Darcy y Elizabeth, espantosos, vestidos como actores de moda, abrazados uno al otro en medio de un prado: ella con el pelo rubio de niña bien y un traje de lino, él con un suéter de cuello alto a rayas y una chaqueta de piel, con un bigote muy delgadito. Parece que ya se acuestan juntos. Eso es repugnante. Me siento desorientada y preocupada ya que el señor Darcy nunca haría nada tan vanidoso y frivolo como ser actor; pero el señor Darcy es un actor. Hmmm. Todo es muy confuso.

Empezó a caminar de arriba abajo por la habitación formulando preguntas como un abogado de primera.

«¿Qué se está haciendo para encontrarla?» «¿Cuáles son las sumas que se manejan?» «¿Cómo ha salido a la luz el asunto?» «¿Cuál es la participación de la policía?» «¿Quién lo sabe?» «¿Dónde está tu padre ahora?» «¿Te gustaría ir con él?» «¿Me dejas que te lleve?» Fue de lo más sexy, os lo aseguro. Jude apareció con café. Mark decidió que lo mejor sería que su chófer nos llevase a mí y a él a Grafton Underwood y, por un breve instante, experimenté la sensación totalmente nueva de estarle agradecida a mi madre.

Todo fue muy dramático al llegar a casa de Una y Geoffrey, con Enderbys y Alconburys por todas partes, todo el mundo llorando y Mark Darcy de un lado al otro de la habitación haciendo llamadas de teléfono. Me sentí culpable, ya que una parte de mí -a pesar del terror- estaba disfrutando muchísimo con el hecho de que el trabajo normal se viese suspendido. Todo era diferente que de costumbre y todo el mundo tenía permiso para tragarse vasos llenos de jerez y sandwiches de paté de salmón como cuando es Navidad. Fue justo la misma sensación que cuando la abuelita se volvió esquizofrénica y se sacó toda la ropa, corrió por el huerto de Penny Husbands-Bosworth y tuvo que ser reducida por la policía.


¿Por qué no me ha llamado Mark Darcy? ¿Por qué? ¿Por qué? A pesar de todos mis esfuerzos, voy a ser devorada por un pastor alemán. ¿Por qué yo, Señor?

Odio la Navidad. Todo está pensado para las familias, el idilio, el calor, la emoción y los regalos, y si no tienes ni novio, ni dinero, tu madre está saliendo con un delincuente portugués, y tus amigos ya no quieren ser tus amigos, te obliga a querer emigrar a un despiadado régimen musulmán, donde como mínimo todas las mujeres son tratadas como marginadas de la sociedad. De todas formas, me da igual. Voy a ponerme a leer un libro durante todo el fin de semana y a escuchar música clásica. Quizá leeré El camino del hambre.



(*) Estas están subrayadas por aquella persona que leyó el libro antes que yo.

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