lunes, marzo 10, 2008

Hazme Puré





Si me despertara en un lugar distinto, en un momen­to diferente, ¿lograría despertarme siendo otra persona?

Lo máximo que podías es­perar de la perfección era un instante.

¡Oh! Este momento debería de ser delicioso. Duran­te dos años Cloe ha llorado en mis brazos y ahora está muerta; muerta y enterrada, enterrada en una urna, mau­soleo o columbario. ¡Oh!, la prueba de que un día estás vivo y arrastrándote por el mundo, y al siguiente te has convertido en un frío fertilizante, en bufé para gusanos. Este es el asombroso milagro de la muerte, y sería un mo­mento delicioso si no fuera por... Ah... por esa mujer. Marla

¡Oh!, sería tan delicioso recordar el amasijo de hue­sos calientes de Cloe aún en mis brazos mientras Cloe yace muerta en alguna parte

Personas que conozco y que solían llevarse pornografía al cuarto de baño, ahora se llevan el catálogo de muebles de IKEA.

El gimnasio al que vas está lleno de tíos que intentan parecer hombres, como si ser un hombre signi­ficara rendirse a los deseos de un escultor o un director artístico

Soy la Sensación de Rechazo Rabiosa e Irritada de Fulano.

Ahora, según la antigua costumbre china que todos he­mos aprendido gracias a la televisión, Tyler será por siem­pre responsable de Marla, porque salvó la vida de Marla.

En pocas palabras, Marla está ahora dispuesta a arrui­nar otra parte de mi vida. Siempre, desde que fui a la uni­versidad, he hecho amigos. Se casan. Pierdo los amigos.

Soy las Tripas en Tensión de Fulano.

Ponme una pistola en la cabeza y pinta la pared con mi cerebro.

El tigre sabe sonreír;
la serpiente dirá que te quiere:
las mentiras nos vuelven malos.

Soy el Punto de Ebullición de Fulano.

El jabón y los sa­crificios humanos se compenetran

Subimos a su habitación y Marla me cuenta que en la naturaleza no se ven animales viejos porque mueren tan pronto como envejecen. Si enferman o pierden rapidez, los mata un animal más fuerte. Los animales no están hechos para llegar a viejos

Tengo miedo de que la gente me vea el pie y empiece a morirme en su imaginación

Por eso yo apreciaba tanto los grupos de apoyo, porque la gente, cuando cree que te estás muriendo, te presta toda su atención.

La gente te escuchaba en vez de estar pendiente de su turno para hablar.

Lo que debéis saber es que Marla sigue viva. La filo­sofía de Marla respecto a la vida, me dijo, es que puede morirse en cualquier momento. La tragedia de su vida es que no se muere.

El corazón de Marla tenía el mismo aspecto que mi cara. La inmundicia y la escoria del mundo.

Soy la Venganza Descarada de Fulano.

Las palabras de Tyler van saliendo por mi boca. Y yo, que antes era una persona encantadora.

Tiene demasiado que perder.
Yo no tengo nada.
Usted lo tiene todo.

Los cristales rotos y el marco y el dibujo de flores y la sangre caen conmigo al suelo. Siempre haciendo payasa­das. Soy un pobre imbécil.


Quise luchar con él porque había vuelto el insomnio y me apetecía destruir algo hermoso.

Quería destruir todas las cosas hermosas que nunca tendría. Incendiar las selvas tropicales del Amazonas. Provocar emisiones de cloro-fluorocarbonos que destruyan el ozono. Abre las válvu­las de los contenedores de los superpetroleros y vierte directamente al océano el crudo de los pozos petrolí­feros. Quería matar todos los peces que no podía per­mitirme comer, y empantanar las playas francesas que nunca llegaría a ver.
Deseaba que el mundo entero tocara fondo.
Mientras machacaba a aquel chico, lo que en reali­dad quería era meterle una bala entre ceja y ceja a to­dos los osos panda en peligro de extinción que no se decidían a follar para salvar su especie, y a las ballenas y delfines que se dejaban morir embarrancando en las playas.
No pienses en términos de extinción. Considéralo una reducción de plantilla.

Los pájaros y los ciervos son un lujo estúpido; todos los peces deberían flotar muertos.
Deseaba incendiar el Louvre; volver a esculpir las esculturas de Fidias del Partenón con una almádena y lim­piarme el culo con la Mona Lisa.
Así es mi mundo hoy en día.
Queríamos arrasar la historia y liberar al mundo de ella.

—El reciclado y los límites de velocidad son una chorrada —dijo Tyler—. Es como dejar de fumar en el lecho de muerte.

Si sabes dónde mirar, hallarás por todas partes cuer­pos enterrados.

El tipo del porche es Cara de Ángel, el chico a quien intenté destrozar la noche en que Tyler inventó el Pro­yecto Estragos. Tiene los ojos negros y el pelo rubio cor­tado al rape. Su hermoso ceño no muestra arrugas ni cica­trices. Si le pones un vestido y le pides que sonría, tendrás una mujer. Cara de Ángel está tan cerca de la puerta que la toca con los dedos de los pies. La mirada al frente, cla­vada en la madera astillada, los brazos a los lados y vesti­do con zapatos negros, camisa negra y pantalones negros.

Soy el Corazón Roto de Fulano porque Tyler me abandonó. Porque mi padre me abandonó. ¡Oh!

No sé si Tyler forma parte de mi sueño.
O si soy un sueño de Tyler.

—Si eres varón, y eres cristiano y vives en Estados Unidos, tu padre es tu modelo de Dios. Y si nunca co­nociste a tu padre; o si está en libertad bajo fianza, o se muere o nunca está en casa, ¿qué piensas de Dios?

—Al final, terminas pasándote la vida buscando un padre y un Dios —dice el mecánico.
»Debes tener en cuenta la posibilidad de no caerle bien a Dios. Pudiera ser que Dios nos odiara. No es lo peor que podría ocurrir.
Tyler se dio cuenta de que llamar la atención de Dios por ser malo era mejor que no recibir ninguna atención. Tal vez porque el odio de Dios sea preferible a su indi­ferencia.
Si pudieras ser el peor enemigo de Dios o nada, ¿qué elegirías?

¿Qué es peor, el infierno o nada?

Cuanto más bajo caigas, más alto volarás. Cuanto más lejos corras, más querrá Dios que vuelvas. En ese instante te deformas e hinchas. Durante ese instante nada importa. Mira a las estrellas y habrás desa­parecido. Nada importa; ni tu equipaje ni tu mal alien­to. Las ventanillas son oscuras por fuera y las bocinas se desgañitan a tu alrededor. Las luces parpadean cegándo­te: largas y cortas y largas, y nunca tendrás que volver a trabajar. Nunca tendrás que volver a cortarte el pelo.

Mi vida insignificante. Mi insignificante trabajo de mierda. Mis muebles suecos. Nunca, no, nunca le he di­cho esto a nadie, pero antes de conocer a Tyler, estaba planeando comprarme un perro y llamarlo Séquito.
Así de mala puede volverse la vida.
Mátame.
Me aferro al volante y giro para volver a meternos en el tráfico.
Ya.
Preparados para evacuar el alma.
Ya.
El mecánico lucha por echarse a la cuneta, y yo lu­cho por morir de una jodida vez.
Ya.
El asombroso milagro de la muerte. Eres un ser vivo que habla y camina y, al minuto siguiente, eres un ser inerte. No soy nada; incluso menos que nada. Frío. Invisible.

Son las palabras de Tyler las que salen de mi boca. Soy la boca de Tyler. Soy las manos de Tyler.
Todos los miembros del Proyecto Estragos forman parte de Tyler Durden y viceversa.
Raymond K. K. Hessel, la cena te va a saber mejor que nunca y mañana será el día más hermoso de toda tu vida.

Si te puedes despertar en un lugar distinto.
Si te puedes despertar en un huso horario diferente.
¿Por qué no te puedes despertar siendo otra persona?

El cáncer que no tengo se ha extendido por todas partes.

»Somos los hijos medianos de la historia, educados por la televisión para creer que un día seremos millona­rios y estrellas de cine y estrellas de rock, pero no es así. Y acabamos de darnos cuenta —dice Tyler—. Así que no intente jodernos.

Estaba cansado, loco y abrumado, y cada vez que cogía un avión quería que se estrellara. Envidiaba a la gente que moría de cáncer. Odiaba mi vida. Estaba can­sado y aburrido de mi trabajo y de mis muebles, y no veía la forma de cambiar las cosas.

Me gusta todo lo referente a Tyler Durden: su valor y sus recursos. Su temple. Tyler es divertido, encanta­dor, enérgico e independiente, y los hombres lo admi­ran y esperan que cambie el mundo. Tyler es hábil y ge­neroso, y yo no lo soy.

Con un plazo suficientemente largo, las expectati­vas de vida de cualquier persona se reducen a cero.

Sólo muertos tenemos nuestros propios nombres; porque sólo muertos dejamos de formar parte de la lu­cha. Con la muerte nos convertimos en héroes.

Aquel antiguo refrán de que siempre que se mata lo que más se quiere funciona en ambas direcciones.
Y vaya que si funciona en ambas direcciones.

Marla se zafa de mis manos y me dice que la policía se apresurará a prenderme y a llevarme a la silla eléctri­ca, y que mis ojos se escalfarán hasta salirse de las órbi­tas, o, cuanto menos, me pondrán una inyección mortal.
Será como la picadura de una abeja.

Sé la razón de la existencia de Tyler. Tyler amaba a Marla. Desde la primera noche en que la conocí, Tyler, o una parte de mí, necesitaba un medio de estar con Marla.

Lo que ocurre no se puede explicar con palabras. De­seo empantanar con petróleo todas las playas francesas que jamás veré. Imagínate cazando alces por los bosques frondosos del cañón en torno al Rockefeller Center.

Todo lo que alguna vez amaste te rechazará o morirá.
Todo lo que alguna vez creaste será desechado.
Todo aquello de lo que estás orgulloso terminará convertido en basura.

—Lo último que nos queda por hacer es tu martirio. Una muerte a lo grande. No una muerte triste o deprimente; tiene que ser una muerte alegre y deseada.
—Tiene que ser algo grande —dice Tyler—. Imagí­natelo: en la cima del edificio más alto del mundo, todo el edificio en poder del Proyecto Estragos. El humo sa­liendo por las ventanas. Los despachos cayendo sobre la multitud en la calle. Una verdadera ópera de la muerte, eso es lo que vas a tener.


El cañón de la pistola me presiona en el fondo de la garganta y Tyler me dice: —En realidad no moriremos.
Desplazo el cañón con la lengua hacia la mejilla y digo: Tyler, estás pensando en vampiros.

¿No me di cuenta de que todos y cada uno de noso­tros somos sagrados, copos de nieve individuales de una singularidad especial y única?
Acaso no veo que todos somos manifestaciones del amor?
Veo a Dios tras su despacho, tomando notas en un bloc, pero Dios se ha equivocado de parte a parte.
No somos especiales.
Tampoco somos escoria o basura.
Simplemente, somos.
Somos y ya está, y lo que pasa, simplemente pasa.
Y Dios dice: —No, eso no es cierto



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